Un 15 de febrero de hace dos años
Así era Rita hace dos años. Ahora el vértigo mengua, cada vez más. Las cosas han cambiado tantísimo desde entonces... Por desgracia, hay otras que no han cambiado tanto.
No me mires más esperando que lo acepte. No voy a cambiar tu futuro por mi presente...prefiero morir de pie a vivir en lo escondido...
Jose Antonio Delgado
La noche anterior no había pegado ojo y ahora me estoy quedando dormida en el autobús que me lleva rumbo a Málaga. 15 de Febrero. Éste es el título con el que he decidido bautizar las líneas que había esbozado la noche anterior, quizás acompañada por el deseo de aportar un grito más contra la guerra, al que precisamente en unos instantes esperaba volverme a unir, junto con otras cincuenta mil personas, entre ellas, Lucía y Andrés.
A las once y media llego al lugar donde había quedado. Lucía está tomándose un café, solo y con dos azucarillos, sospecho. Se la ve contenta.
-¡Niña!- me grita antes de darme un gran abrazo.- ¡Pablo me ha mandado un mensaje!.
-¿Sí? ¿a ver?- le digo simulo cierta curiosidad, ante todo, estoy alegre de verla tan enamorada.
Mientras lo lee, no puedo evitar sentirme atraída por el brillo de sus ojos. Siento, en ese preciso momento, el aura que acompaña a todo enamorado y que, como tantas otras pequeñas cosas que nos suceden a diario, no nos molestamos en intentar percibir.
Habla sin cesar sobre Pablo, sobre lo que harán juntos. Sueña en un futuro en el que ambos compartirán una buhardilla en el centro de la ciudad, con un fox terrier al que pasearán todas las tardes por la Alameda. Quiere compartir la eternidad con Pablo. Y el hecho de dejar su eternidad en manos de otra persona, es algo que me causaba admiración. Quizá porque nunca he sido lo suficientemente valiente como ella como para arriesgarme a otorgarla. Quizá porque nunca he amado tanto como ella ama.
Me viene irremediablemente a la memoria Alberto. Lo extraño, de eso no hay duda, ¿pero realmente alguna vez lo amé?. Puede que sí, e incluso puede que aún lo ame. Me quito la idea de la cabeza rápidamente. Con los tiempos que corren, esta tontería carece de sentido. Una simple aclaración en mi mente no va a cambiar nada. De momento, me conformo con que una pizca de la alegría que derrocha Lucía me salpique de vez en cuando.
No paro de escuchar, una tras otra, las muchas ilusiones que emanan de esta nueva relación que Lucía acaba de iniciar. En una pausa, me atrevo a dejarle que lea lo que había escrito la noche anterior. Es lo menos que puedo hacer, en señal de agradecimiento, ya que han sido Andrés y ella los que me han inspirado estas líneas, quizás complementados por la impotencia y la frustración que comienza a desprenderse tras de mí. Esto se debe sobre todo al penoso acontecimiento que había contemplado el día anterior, precisa e irónicamente el de los enamorados, en la sede de la ONU. Los representantes de diversos países argumentaban sus distintas razones para no ir a la guerra contra Irak. Otros, como España, hacían el ridículo apoyando una causa en la que nadie creía y que no sabían como justificar, como injustificable es la sinrazón, como irracional es la barbarie a la que ya, tristemente, se veía condenado el pueblo iraquí. Aquí radica la frustración que hay en mí: ¿de qué sirve que millones de personas griten hasta quedarse sin voz, si los dirigentes se molestan en taparse los oídos e intentar acallarlos?. Pues quizá sirva para darnos cuenta de que aún seguimos vivos y que merece seguir luchando por lo que se cree. Porque un hombre sin sueños no es nada y, como tal, no existe. Porque si le damos al hombre todo lo que desea, será un ser infeliz por no tener nada que anhelar.
-¡Hola! dice Andrés, irrumpiendo en el bar.
-¡Niño!, ¡Pablo me ha mandado un mensaje!- vuelve a repetir Lucía antes de darle dos besos a su amigo.
-¿Si?- responde, mientras capto cierta indiferencia en la tesitura de su voz- oye, ¿a qué hora era la manifestación?.
-Creo que comienza a las doce y media- le aviso-. Hay manifestaciones en todas las grandes ciudades de España. Es increíble. Mira, ¿has leído El País?.
-¿A ver?- Lucía comienza a hojear el periódico que había dejado a un lado en nuestro encuentro. En Ronda también había una programada... a lo mejor dicen algo...
-¿Esto de quién es?- un folio se ha desprendido al levantar el periódico: mi escrito.-¿Tuyo?- Andrés señala a Lucía.
-Es de Rita- responde la aludida.
-¿Lo puedo leer?- me pregunta pidiéndome permiso.
-Sí, claro. Hazme una buena crítica.
La mirada de Andrés se sumerge entre las líneas que me habían robado el sueño la noche anterior:
Érase una vez un cuento sin argumento. Érase una vez un castillo abandonado, sin dragones, sin mazmorras y sin princesa a la que salvar. Érase una mesa redonda de altos dignatarios inundada de súplicas sordas y réplicas inútiles. Érase una vez una batalla soñada que se hacía realidad. Érase que se era un sin haber sido que luchaba por no ser lo que fue. Una cruenta época en la que corrían malos tiempos para los soñadores sin prejuicios, avezados por la ilusión de las honestas causas y absortos en la esperanza de lo desolador. Donde los caballeros agitaban el carpe diem por bandera y seguían husmeando bajo los adoquines de París, aún a pesar de encontrar los resquicios de lo perdido y ninguna playa. O, si acaso, la playa que destintaba a causa de los vilipendiosos actos del consejo dirigente.
Ahora, éstos se apresuraban en esconder sus futuras y malignas intenciones bajo capas de excusas irracionales, a la vez que esbozaban una sonrisa arcaica al pasar al lado de sus vasallos. Se encontraban avergonzados, o más bien temerosos, de no hallarse ungidos por la bendición de la ilusión, no así de la ignorancia que, tristemente, ondeaban por otros reinos. La misma tragedia se representaba cada día, en la plaza principal, en un sólo acto y a los ojos del pueblo: tres títeres sin cabeza eran manejados por el bufón más bobo de la corte. El pueblo conocía el cuento porque se lo habían contado otras veces:"Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla", comentaban entre ellos. Fueron sus testigos una vez y no estaban dispuestos a serlos de nuevo un decenio después.
Por ello, un día los caballeros empuñaron las espadas y, alzando la voz, renegaron un grito de guerra. Mientras tanto, el pueblo, hastiado de la misma representación, le siguió en un impulsivo acto de valentía. Porque seremos otros, seremos más viejos -como decía la canción- pero nuestros sueños no se desgastan con la espera ni se esfuman sin previa pugna. Porque sin lucha no hay progreso, decía Ché. Y nosotros luchamos por un mundo mejor, ése de tintes a lo Lennon. Por eso, a los caballeros y damas aderezados con sueños, que luchamos con firmeza bajo la atenta mirada del mandatario que hubiera deseado la masa clausurada. Al pueblo que unió la voz con la del mundo un 15 de febrero. A ellos van dedicadas estas líneas. Líneas que esperan ser cerradas con el final feliz que todo cuento exige
-¡Si es que te tengo que querer!- me dice con el rostro iluminado. De veras parece que le ha gustado-. ¡Qué bonito!.
-Gracias...¿en serio te gusta?- digo medio avergonzada. Me merece mucho respeto la opinión de Andrés. Es un chico bastante crítico.
-¡Está genial!. Tiene aires revolucionarios...- contesta de nuevo Andrés.
-Sí, muy mayo del 68. Me encanta. ¿Me lo puedo quedar?- irrumpe de golpe Lucía.
-Sí, sí, quédatelo.
-¡Gracias!- me dice antes de estamparme un enorme beso en la cara.
-Bueno, vamos yendo para allá, ¿no?. Son y cuarto.- apunta Andrés mientras Lucía guarda el texto en el bolsillo de su trenca.
-¿Sale desde la plaza de la merced ,no?- digo ese aire dubitativo que siempre me acompaña.
Sí- me confirma Lucía- pagamos el desayuno y nos vamos.
.....
No me mires más esperando que lo acepte. No voy a cambiar tu futuro por mi presente...prefiero morir de pie a vivir en lo escondido...
Jose Antonio Delgado
La noche anterior no había pegado ojo y ahora me estoy quedando dormida en el autobús que me lleva rumbo a Málaga. 15 de Febrero. Éste es el título con el que he decidido bautizar las líneas que había esbozado la noche anterior, quizás acompañada por el deseo de aportar un grito más contra la guerra, al que precisamente en unos instantes esperaba volverme a unir, junto con otras cincuenta mil personas, entre ellas, Lucía y Andrés.
A las once y media llego al lugar donde había quedado. Lucía está tomándose un café, solo y con dos azucarillos, sospecho. Se la ve contenta.
-¡Niña!- me grita antes de darme un gran abrazo.- ¡Pablo me ha mandado un mensaje!.
-¿Sí? ¿a ver?- le digo simulo cierta curiosidad, ante todo, estoy alegre de verla tan enamorada.
Mientras lo lee, no puedo evitar sentirme atraída por el brillo de sus ojos. Siento, en ese preciso momento, el aura que acompaña a todo enamorado y que, como tantas otras pequeñas cosas que nos suceden a diario, no nos molestamos en intentar percibir.
Habla sin cesar sobre Pablo, sobre lo que harán juntos. Sueña en un futuro en el que ambos compartirán una buhardilla en el centro de la ciudad, con un fox terrier al que pasearán todas las tardes por la Alameda. Quiere compartir la eternidad con Pablo. Y el hecho de dejar su eternidad en manos de otra persona, es algo que me causaba admiración. Quizá porque nunca he sido lo suficientemente valiente como ella como para arriesgarme a otorgarla. Quizá porque nunca he amado tanto como ella ama.
Me viene irremediablemente a la memoria Alberto. Lo extraño, de eso no hay duda, ¿pero realmente alguna vez lo amé?. Puede que sí, e incluso puede que aún lo ame. Me quito la idea de la cabeza rápidamente. Con los tiempos que corren, esta tontería carece de sentido. Una simple aclaración en mi mente no va a cambiar nada. De momento, me conformo con que una pizca de la alegría que derrocha Lucía me salpique de vez en cuando.
No paro de escuchar, una tras otra, las muchas ilusiones que emanan de esta nueva relación que Lucía acaba de iniciar. En una pausa, me atrevo a dejarle que lea lo que había escrito la noche anterior. Es lo menos que puedo hacer, en señal de agradecimiento, ya que han sido Andrés y ella los que me han inspirado estas líneas, quizás complementados por la impotencia y la frustración que comienza a desprenderse tras de mí. Esto se debe sobre todo al penoso acontecimiento que había contemplado el día anterior, precisa e irónicamente el de los enamorados, en la sede de la ONU. Los representantes de diversos países argumentaban sus distintas razones para no ir a la guerra contra Irak. Otros, como España, hacían el ridículo apoyando una causa en la que nadie creía y que no sabían como justificar, como injustificable es la sinrazón, como irracional es la barbarie a la que ya, tristemente, se veía condenado el pueblo iraquí. Aquí radica la frustración que hay en mí: ¿de qué sirve que millones de personas griten hasta quedarse sin voz, si los dirigentes se molestan en taparse los oídos e intentar acallarlos?. Pues quizá sirva para darnos cuenta de que aún seguimos vivos y que merece seguir luchando por lo que se cree. Porque un hombre sin sueños no es nada y, como tal, no existe. Porque si le damos al hombre todo lo que desea, será un ser infeliz por no tener nada que anhelar.
-¡Hola! dice Andrés, irrumpiendo en el bar.
-¡Niño!, ¡Pablo me ha mandado un mensaje!- vuelve a repetir Lucía antes de darle dos besos a su amigo.
-¿Si?- responde, mientras capto cierta indiferencia en la tesitura de su voz- oye, ¿a qué hora era la manifestación?.
-Creo que comienza a las doce y media- le aviso-. Hay manifestaciones en todas las grandes ciudades de España. Es increíble. Mira, ¿has leído El País?.
-¿A ver?- Lucía comienza a hojear el periódico que había dejado a un lado en nuestro encuentro. En Ronda también había una programada... a lo mejor dicen algo...
-¿Esto de quién es?- un folio se ha desprendido al levantar el periódico: mi escrito.-¿Tuyo?- Andrés señala a Lucía.
-Es de Rita- responde la aludida.
-¿Lo puedo leer?- me pregunta pidiéndome permiso.
-Sí, claro. Hazme una buena crítica.
La mirada de Andrés se sumerge entre las líneas que me habían robado el sueño la noche anterior:
Érase una vez un cuento sin argumento. Érase una vez un castillo abandonado, sin dragones, sin mazmorras y sin princesa a la que salvar. Érase una mesa redonda de altos dignatarios inundada de súplicas sordas y réplicas inútiles. Érase una vez una batalla soñada que se hacía realidad. Érase que se era un sin haber sido que luchaba por no ser lo que fue. Una cruenta época en la que corrían malos tiempos para los soñadores sin prejuicios, avezados por la ilusión de las honestas causas y absortos en la esperanza de lo desolador. Donde los caballeros agitaban el carpe diem por bandera y seguían husmeando bajo los adoquines de París, aún a pesar de encontrar los resquicios de lo perdido y ninguna playa. O, si acaso, la playa que destintaba a causa de los vilipendiosos actos del consejo dirigente.
Ahora, éstos se apresuraban en esconder sus futuras y malignas intenciones bajo capas de excusas irracionales, a la vez que esbozaban una sonrisa arcaica al pasar al lado de sus vasallos. Se encontraban avergonzados, o más bien temerosos, de no hallarse ungidos por la bendición de la ilusión, no así de la ignorancia que, tristemente, ondeaban por otros reinos. La misma tragedia se representaba cada día, en la plaza principal, en un sólo acto y a los ojos del pueblo: tres títeres sin cabeza eran manejados por el bufón más bobo de la corte. El pueblo conocía el cuento porque se lo habían contado otras veces:"Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla", comentaban entre ellos. Fueron sus testigos una vez y no estaban dispuestos a serlos de nuevo un decenio después.
Por ello, un día los caballeros empuñaron las espadas y, alzando la voz, renegaron un grito de guerra. Mientras tanto, el pueblo, hastiado de la misma representación, le siguió en un impulsivo acto de valentía. Porque seremos otros, seremos más viejos -como decía la canción- pero nuestros sueños no se desgastan con la espera ni se esfuman sin previa pugna. Porque sin lucha no hay progreso, decía Ché. Y nosotros luchamos por un mundo mejor, ése de tintes a lo Lennon. Por eso, a los caballeros y damas aderezados con sueños, que luchamos con firmeza bajo la atenta mirada del mandatario que hubiera deseado la masa clausurada. Al pueblo que unió la voz con la del mundo un 15 de febrero. A ellos van dedicadas estas líneas. Líneas que esperan ser cerradas con el final feliz que todo cuento exige
-¡Si es que te tengo que querer!- me dice con el rostro iluminado. De veras parece que le ha gustado-. ¡Qué bonito!.
-Gracias...¿en serio te gusta?- digo medio avergonzada. Me merece mucho respeto la opinión de Andrés. Es un chico bastante crítico.
-¡Está genial!. Tiene aires revolucionarios...- contesta de nuevo Andrés.
-Sí, muy mayo del 68. Me encanta. ¿Me lo puedo quedar?- irrumpe de golpe Lucía.
-Sí, sí, quédatelo.
-¡Gracias!- me dice antes de estamparme un enorme beso en la cara.
-Bueno, vamos yendo para allá, ¿no?. Son y cuarto.- apunta Andrés mientras Lucía guarda el texto en el bolsillo de su trenca.
-¿Sale desde la plaza de la merced ,no?- digo ese aire dubitativo que siempre me acompaña.
Sí- me confirma Lucía- pagamos el desayuno y nos vamos.
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2 comentarios
Andres -
DuNa -
Desde entonces a hoy han ocurrido muchas cosas... Magnífico... :-)